Rubens fue, además de un artista de un talento extraordinario, un hombre de gran erudición, y un cortesano y diplomático comprometido. La vida le correspondió: estudió en Italia, se paseó por las cortes europeas, alternó con los grandes de su tiempo, vivió dos matrimonios felices, disfrutó de la fama y ganó mucho dinero. En medio de la época de crisis en la que vivió, su obra confirmaba los valores de un mundo que desaparecía poco a poco a través del vigor de la pincelada, el poder de los volúmenes y la fuerza apasionada de su narrativa.